Eida Esperanza Fonseca Cruz, nació hace 80 años en La Legua de Aserrí, cerca de la capital. De muy joven se vino con su familia a La Esperanza donde años después conociera a su futuro esposo, el Macho Duarte. En 1955, el Macho invirtió sus ahorros de 8,000 col. en unos 155 has de tierra en los altos de San Josecito.
Cuando Eida y su recién nacido primer hijo llegaron al rancho en medio del bosque, se puso a llorar. Estaba lejos de su familia e incomunicada. Pero pronto se acostumbró; tampoco quedaba mucho tiempo para quejarse.
A las 5 AM había que buscar el agua en la quebrada, preparar el fogón, sembrar el maíz y los frijoles, ordeñar la vaca, atender el trapiche y llevar el almuerzo, envuelto en hojas de banano, a los hombres.
Cuando un nuevo bebé estaba por nacer, Macho sentó a Eida en el caballo, y siguiendo tortuosos trillos y cruzando caudalosos ríos llegaron después de un día de viaje a la Esperanza a casa de la madre. Estos viajes fueron lo peor, no había puentes y a veces los caballos se quedaban pegados en el barro. Antes, dice Eida, había solamente 15 días de verano, el resto del año llovía.
Había mucha comida de propia cosecha y los hombres cazaban o pescaban. Ya a finales de los años 50, hubo una escuelita y una iglesia en San Josecito para atender a la creciente vecindad.
“Nuestra familia siempre ha sido muy unida”, agregó doña Eida. Ella está muy orgullosa de sus 40 nietos y 11 bisnietos.
El año pasado, por primera vez en su vida, abandonó la montaña para hacer un gran viaje por tierra y por mar: Sus hijos la llevaron a pasar unos días en el Hotel Barceló en Playa Tambor, Puntarenas.