Estábamos en alta mar, y la cuerda del carrete de la caña de pescar comenzó a patear en señal de que un pez estaba atacando a las sardinas utilizadas como cebo.

Las “águilas heladas” -que yacían desordenadamente en la hielera- fueron insuficientes para bajar los niveles de adrenalina, sed, cansancio, desesperación y hasta ansiedad.

La estilizada varilla que sujetaba la cuerda de nailon doblaba la cintura. Un largo chirrido de la bobina anunció el inicio de la batalla.

Salté de la silla para agarrar la caña del borde de popa. Y con un tirón seco, conseguí que el atún no se escapara...

¡La declaración de guerra entre el corpulento ejemplar marino y el hábil pescador no dejó lugar a treguas! Con fuerza y picardía, el pez resistió y amenazó con romper la línea.

El sudor humedecía mi ropa mientras los azotes del sol salpicaban mi espalda.

"Suelta la cuerda. Recoge ahora", un estribillo que penetró repetidamente en los tímpanos durante la lucha de 30 minutos con la bestia marina.

Cuando logré acercarlo al borde del barco, Javier Gerli, un hábil y avezado marinero, tomó en sus manos el garfio, herramienta metálica con la que se extraía el pez del agua, y segundos después saltó al agua. piso.

En segundos, los cinco pescadores a bordo se posicionaron frente a la cabina para la foto del día que sería compartida en las redes sociales.

Los motores de 250 caballos del Marejada volvieron a rugir para seguir la huella del cardumen y recrear en cuatro ocasiones la apasionante experiencia en alta mar.

¡La historia no terminó ahí!