Por Susie Atkinson y Ellen Hoel
El arte de ordeñar el caracol de múrice se originó en el siglo cuatro antes de Cristo, posteriormente Cleopatra lo utilizó para teñir de color purpura las velas del barco con el propósito de halagar a César. La recolección de esos fluidos es una práctica que ha sido transmitida de generación en generación. El caracol de múrice secreta una substancia de color blanco lechoso que al contacto con el aire y la luz, cambia de color. La transformación inicia con un color amarillo, luego pasa a un verde-pastel, finalmente, bajo el sol, adquiere un hermoso tono morado-lila, llamado también púrpura imperial.
Las mujeres de la comunidad Boruca, utilizan este extracto especial en el teñido del hilo de algodón que utilizan en sus tejidos. Durante la luna menguante, los Borucas hacen un viaje a las playas más rocosas de Costa Ballena durante los meses de enero y febrero, sabiendo que van a encontrar los caracoles de múrice escondiéndose y apareándose en las rocas.
Encontrar y «ordeñar» los caracoles es un trabajo inseguro y peligroso. Doña Marina y sus compañeros, desprenden los caracoles de las rocas resbaladizas, luego, soplan suavemente sobre ellos, provocando así que liberen sus secreciones, dejándolas gotear sobre el hilo que sostienen en sus manos. Las secreciones no pueden ser almacenadas; el hilo tiene que ser teñido de inmediato.
Los Borucas, es uno de los dos grupos indígenas en el mundo que aún utilizan este proceso.